De repente, estoy ante el reto que cuenta. El último. El corazón me dice que la apuesta es más alta que otras veces. Supongo que siento los nervios del principiante, esa tensión lógica que supone estar tan cerca de la deseada meta tras tantos años en la batalla para nadar los Siete Océanos. Tengo la impresión de que los otros seis desafíos alcanzados, en los que tanto esfuerzo y sacrificio he tenido que emplear para lograrlos, no son más que una muesca en el cinturón que he ido marcando hasta acabar donde estoy: en las Antípodas. Nunca habría llegado tan lejos sin los ánimos de los pacientes de AEAL y GEPAC, sin el apoyo incondicional que siempre me ha brindado la Fundación Asisa.
De momento puedo contar que nada ha sucedido como lo programé. Siempre me dije que mi último desafío para superar los Siete Océanos sería Gibraltar, que aquel conocido enemigo que años atrás nadé por primera vez con neopreno, sin conocer el plan que me había trazado el destino, era el punto del mapa en el que iba a celebrar la gran victoria. A un paso de casa y sin sobresaltos. Sin embargo, los imprevistos, esas circunstancias con las que uno no cuenta y al final lo deciden todo, no me han dejado más opción que darle la vuelta al mundo y regresar hasta donde me encuentro: en las Antípodas. Aquí, si nada lo impide, voy a medirme las fuerzas con el mar del Estrecho de Cook. Los peligros son los de siempre, ninguno me pillará de sorpresa: fuertes corrientes, presencia de fauna marina, medusas que se cruzan en tus brazadas, tiburones en los que es mucho mejor no pensar…
El año pasado me vi obligado a dejar Nueva Zelanda sin lograr mi objetivo de lanzarme al mar a causa de las malas condiciones meteorológicas. Esta vez me he dicho que a pesar de las bajas temperaturas que se están registrando aun siendo verano, no lograrán impedir que cruce el Estrecho, que el empeño que he puesto entrenando día tras día durante los últimos meses tiene que dar su fruto antes del 22 de enero.
Por ahora, antes de aterrizar en Wellington tras un largo de viaje de dos días con escalas en Dubai y Melbourne, he vuelto a saborear la infinita hospitalidad de los españoles que viven aquí, amigos que se han sumado al equipo con su apoyo y generosidad, destacando a la Embajada de España que está siguiendo nuestros pasos día a día, a la espera de conocer si la aventura culminará en esta ocasión con final feliz. A todos ellos les agradezco la cálida bienvenida con la que nos han recibido.
Por último, mientras nado en las aguas de Oriental Bay para aclimatarme, compruebo que ese viento frío que ha elegido vivir aquí, está soplando a mi favor. Que no cambie, que no cambie…
17 de Enero de 2020.