¿Qué hacer cuando solo puedo esperar? Buscar playas. A ese plan me estoy dedicando en cuerpo y alma con el objetivo de entrenar lo más posible y pensar menos. El primer mensaje de Philipe Rush informándome de que el mal tiempo obligaba a posponer el cruce no me dejó una opción mejor.
Me propongo localizar una línea de costa con el mar enfurecido, con olas de altura que no me resulten fáciles de dominar. Encuentro lo que quiero en nuestra primera salida: Lyall Bay, a escasos kilómetros de Wellintogn. Aunque es una playa autorizada para el baño muy popular, el viento la ha convertido esta mañana en un desierto, tan solo coronada por un surfista solitario. Tiene justo lo que necesito: dificultades. Un mar estilo plato no me ayudaría hoy a prepararme para lo que imagino que me espera.
Nado con Selina y Rafa en un agua más bien fría, se nota que en este continente se acerca el invierno. Las olas nos empujan con tanta fuerza que debemos poner empeño en avanzar hasta superar los primeros metros y empezar a dar brazadas en linea recta.
El viento es un factor clave en la natación de aguas abiertas. En este caso, el aire que sopla de tierra hacia el mar levanta las olas hasta unos dos metros. El objetivo es aprovechar esa fuerza en la medida de lo posible para avanzar. Tras más de una hora aplicándome esta lección, regresamos a la orilla conscientes de que no podremos librarnos de la arena que llevamos en el cuerpo sin una buena ducha, ya nos hayamos bañado o no.
Para combatir el frío, Chus y Alberto nos traen un taza de café caliente del Maranui Cafe, un local célebre en la ciudad tanto por su antigüedad como club de surf como por haber tomado té en él la famosa pareja de la familia real inglesa formada por Meghan Markle y el príncipe Harry durante su reciente visita a Nueva Zelanda. Una cristalera espectacular, desde la que se puede contemplar el mar y a los surfistas, imagino que debe de haber sido el reclamo que a ellos y a nosotros nos ha empujado hasta allí.
Damos por terminada la mañana con un largo paseo en una reserva natural cercana, Taputeranga. El paisaje cambia de repente y se transforma en uno más salvaje haciéndonos creer que nos hemos alejado de la civilización. Nadie diría que solo estamos a unos seis kilómetros. Entre las algas y la arena hemos encontrado ojos de Santa Lucía, el opérculo de nácar de una concha que en el Mediterráneo se asocia con la buena suerte. Sé que no me va a hacer falta, pero no quiero llevarle la contraria al destino y me la echo al bolsillo.