Apreté la mano del capitán Philip Rush consciente de que estaba saludando a una leyenda de la natación a nivel internacional. «Te llamaré cada tarde entre las siete y las ocho para decirte si al día siguiente se efectuará el cruce y la hora de encuentro. Debes tenerlo todo preparado para antes de embarcar.» Siento un subidón de adrenalina cuando lo escucho y en mi cabeza no hay más que preguntas. ¿La cita más importante del reto se concretará tan solo unas horas antes? Él asiente con una medio sonrisa y una confianza pasmosa. No responde de inmediato, deja correr un silencio que a mí y al grupo nos crea una tensión que aliviamos con unas cuantas risas.
A primera vista, este bombero de Wellington de mediana edad no tiene el aspecto de un gran atleta ni de una figura internacional de ultra distancia en natación. Sin embargo, cuando habla se aprecia con rapidez su experiencia. Pronto va directo al grano y me lanza el consejo que necesito para afrontar esta travesía. «Constancia en las brazadas, no bajes el ritmo por fuerte que sea la corriente.» Me mira a los ojos y yo asiento con convicción. Le comento a mi equipo que la carrera de Rush comenzó en 1979 y acabó en 1988. Han pasado unos cuantos años y nadie ha logrado destronarlo del récord mundial que posee tras realizar un triple cruce del Canal de La Mancha. Tardó 28 horas y 21 minutos. Tan solo otras tres personas en el mundo han logrado esta hazaña, aunque ninguna ha mejorado bajar ese marcador. Él logró bajar el anterior récord en un margen nada menos que de diez horas. Me lo comenta como si tal cosa, mientras entre una cosa y otra me explica que el tiempo cambia de forma muy brusca en esta zona del país, hasta tres veces en una misma jornada, por lo que es mejor concretar con tan escaso margen el momento de la salida. Se muestra tan seguro cuando me informa que no hay margen para la dudas, sobre todo si tengo en cuenta que me asesora un nadador que ha recorrido ocho veces antes el trayecto que yo he venido dispuesto a realizar desde muy lejos. Me parece increíble estar ante una personalidad tan relevante en el mundo del deporte y, la vez, tan desconocida incluso para muchos nadadores que llevamos años en esta disciplina.
A través de la charla busca un punto de afinidad conmigo y me cuenta que conoce Barcelona, una ciudad en la que estuvo trabajando durante unos meses como entrenador. Luego vuelve a la prueba, antes de irse intenta que nada que pueda ser relevante se le quede en el tintero. Me alerta de que deberé nadar entre olas de varios metros. No es una dificultad para la que no me vea preparado, ya la asumí en Molokai y Japón. Respiro hondo para aceptar ese bache que aparecerá en el camino.
Chasquea los labios y me avisa de que la fauna marina que se puede cruzar en mi camino en esta época del año no es precisamente pequeña: orcas, ballenas, delfines… ¡Menudo momentazo! Si así fuera espero que se graben en mi memoria y en imágenes que pueda compartir con vosotros.
Nos despedimos con otro apretón de manos, un pulgar levantado y una última pauta: «¡atento al móvil cada día entre las siete y las ocho de la tarde!» Me río, ¿es que podría olvidar esa cita? Sin darme cuenta, conecto en mi interior una alarma que no está en el teléfono, una señal que me prepara para lanzarme al agua.