Mi equipo y yo madrugamos para ponernos en marcha en busca de Donaghadee, un pueblo pesquero situado a unos 26 kilómetros de Belfast. Desde el puerto de esa localidad partirá el barco que me guíe en el desafío y me interesa conocer la costa. Descubro que los naufragios han marcado la historia del lugar y eso me indica que se trata de un mar bravo y complicado, no podría ser de otra manera.
Una vez en primera línea de playa decido entrenar. Se trata de mi primer contacto con el enemigo contra el que voy a medirme las fuerzas en los próximos días. Aunque luce el sol corre una brisa fresca y en cuanto mi cuerpo roza el agua siento el frío, el elemento contra el que he venido a luchar y el que me ha obligado a prepararme durante meses. Decido apartar esa sensación de mi mente y me lanzo al mar junto a Selina y Rafa, mis dos compañeros en el equipo. Me digo que si no pienso en ello dejará de ser importante. Desde la orilla mi hijo me alerta termómetro en mano de que el mar está a unos once grados de temperatura. Once, diez… da igual… lo único importante es nadar y para eso he venido. El mar está tranquilo y durante una hora, brazada tras brazada, trato de acostumbrarme al frío hasta que regreso a la orilla. Sin novedad en el frente. He superado la prueba de fuego.