Cuatro estaciones en un día

            El reto de hoy consiste en plantarle cara la paciencia. Esa gran virtud nunca me ha sobrado y en estos momentos de la aventura de los Siete Océanos, aún menos. Espero y entreno intentando no estar pendiente de los mensajes que entran en el móvil, de no leer aunque lo esté deseando la última hora del parte meteorológico que cambia cada dos por tres, de evadirme charlando y gastando bromas con mi equipo.

            «Las cuatro estaciones aquí pasan en un día», afirma bromeando pero con seguridad Philip Rush, el capitán del barco y juez del desafío que me acompañará en el Estrecho de Cook. Nos hemos vuelto a encontrar frente a frente después de unos meses, tras la decepción que supuso para mí volver a casa sin lograr nadar, a causa de las malas condiciones del tiempo. Esta vez siento que él está relajado, que ha desaparecido la tensión de los encuentros el año pasado, cuando lo único que podía darme eran negativas. Me da la mano con una amplia sonrisa y se muestra seguro al afirmar que todo irá bien. Él, un nadador experimentado que ha realizado este cruce varias veces, confía en que los próximos días aparezca el momento perfecto para el desafío. Yo también. Suspiro para tener fe en sus palabras y en las condiciones favorables de un verano que bajo mi punto de vista, no se parece en nada al verano.

            Aún así, es tanta la energía que he puesto en esta prueba que la impaciencia es a veces más fuerte que yo. Estoy pendiente del viento, de las olas, del cielo, a la búsqueda de una señal  que me confirme si será mañana o no será, el día decisivo.

            ¿Qué otra cosa puedo hacer? Trato de disfrutar. Nadando en Oriental Bay o descansando en Odlins Plaza de Wellington donde se celebra el Festival Pasifika, que celebra la unión de las comunidades indígenas del Pacífico. También reencontrándome con amigos españoles que dejamos aquí en nuestra primera visita.

            Ahora es cuando comienzo a sentir el objetivo solidario que me ha traído hasta Wellington, al otro lado del mundo. Quizá porque ejercitar la paciencia es otro deporte de alto riesgo, la distancia que me acerca más que nunca a AEAL y GEPAC. Ellos y su ejemplo son la clave que necesito, el resorte que me reafirma ante el desafío, el verdadero objetivo que me anima a superarme y a visualizarme más cerca del logro que aspiro a alcanzar. Para mí y para ellos, la actitud es lo que más cuenta en cada una de nuestras batallas. Y no, no voy a dejar que me gane.         

19 de Enero de 2020.

 
 
Texto: Chus Sánchez
Fotos: Carlos Crivillés y Chus Sánchez

  

El reto que cuenta

            De repente, estoy ante el reto que cuenta. El último. El corazón me dice que la apuesta es más alta que otras veces. Supongo que siento los nervios del principiante, esa tensión lógica que supone estar tan cerca de la deseada meta tras tantos años en la batalla para nadar los Siete Océanos. Tengo la impresión de que los otros seis desafíos alcanzados, en los que tanto esfuerzo y sacrificio he tenido que emplear para lograrlos, no son más que una muesca en el cinturón que he ido marcando hasta acabar donde estoy: en las Antípodas. Nunca habría llegado tan lejos sin los ánimos de los pacientes de AEAL y GEPAC, sin el apoyo incondicional que siempre me ha brindado la Fundación Asisa.

 

            De momento puedo contar que nada ha sucedido como lo programé. Siempre me dije que mi último desafío para superar los Siete Océanos sería Gibraltar, que aquel conocido enemigo que años atrás nadé por primera vez con neopreno, sin conocer el plan que me había trazado el destino, era el punto del mapa en el que iba a celebrar la gran victoria. A un paso de casa y sin sobresaltos. Sin embargo, los imprevistos, esas circunstancias con las que uno no cuenta y al final lo deciden todo, no me han dejado más opción que darle la vuelta al mundo y regresar hasta donde me encuentro: en las Antípodas. Aquí, si nada lo impide, voy a medirme las fuerzas con el mar del Estrecho de Cook. Los peligros son los de siempre, ninguno me pillará de sorpresa: fuertes corrientes, presencia de fauna marina, medusas que se cruzan en tus brazadas, tiburones en los que es mucho mejor no pensar…

 

 

            El año pasado me vi obligado a dejar Nueva Zelanda sin lograr mi objetivo de lanzarme al mar a causa de las malas condiciones meteorológicas. Esta vez me he dicho que a pesar de las bajas temperaturas que se están registrando aun siendo verano, no lograrán impedir que cruce el Estrecho, que el empeño que he puesto entrenando día tras día durante los últimos meses tiene que dar su fruto antes del 22 de enero.

            Por ahora, antes de aterrizar en Wellington tras un largo de viaje de dos días con escalas en Dubai y Melbourne, he vuelto a saborear la infinita hospitalidad de los españoles que viven aquí, amigos que se han sumado al equipo con su apoyo y generosidad, destacando a la Embajada de España que está siguiendo nuestros pasos día a día, a la espera de conocer si la aventura culminará en esta ocasión con final feliz. A todos ellos les agradezco la cálida bienvenida con la que nos han recibido.

            Por último, mientras nado en las aguas de Oriental Bay para aclimatarme, compruebo que ese viento frío que ha elegido vivir aquí, está soplando a mi favor. Que no cambie, que no cambie…       

 

17 de Enero de 2020.

 
 
Texto: Chus Sánchez
Fotos: Carlos Crivillés y Chus Sánchez

  

No nadaré en el Estrecho de Cook en este viaje. La noticia no la puedo encajar peor. Unos y otros tratan de consolarme hablándome de la victoria que supone una retirada a tiempo. ¿Qué están diciendo? Esa frase tan socorrida no va conmigo, ni siquiera me he medido la fuerzas en este mar. Sin contienda no puede haber retirada.

            «Will need to see you latter.» Esas escasas palabras de Philip Rush no me sonaron nada bien en el WhatsApp. Las interpreté varias veces con resultados muy distintos antes de vernos por última vez. Durante nuestra conversación, él me insiste en que he agotado las posibilidades y que lanzarme al mar así, tal y como está, es una locura: «El problema radica en que el coeficiente de marea es muy alto y eso aumenta la fuerza de las corrientes de forma desmesurada. La previsión ha cambiado y el pronóstico se mantendrá o irá a peor a partir de ahora, con la llegada del invierno.»

            Trato de coger ese toro por los cuernos y le digo a Rush que me quedo aquí más días de los previstos, los que hagan falta. Él me mira a los ojos para insistir en que debo marcharme y regresar dentro de unos meses. «No eres al primer nadador al que le sucede algo así, estamos hablando de unas de las aguas más peligrosas del mundo y hay que encontrar las condiciones adecuadas. Lo mejor es hacerlo más adelante. No voy a poner en peligro tu vida». Son palabras mayores y no sé qué decir. Agacho la cabeza. 

            A pesar de que sus frases suenan rotundas, de que el mensaje es blanco y en botella, no veo la hora de darme por vencido. Aquí la previsión meteorológica cambia cada tres horas y me aferro a un hilo de esperanza tras echar un último vistazo a la pantalla de mi móvil. Soy yo quien ahora me enfrento a los ojos de Rush para decirle que aún me quedo a la espera de una última respuesta porque, en el último parte, tengo la impresión de que las mareas y los vientos podrían soplar a mi favor. Asiente. Poco convencido pero asiente y, un día mas, me dedico a esperar. A última hora de la tarde recibo una misiva con la negativa definitiva y… la impotencia me invade.

            Gran parte de esas últimas horas de tensión no han transcurrido en la gris habitación de un hotel o dando vueltas en plena calle. Mi equipo y yo hemos estado en la residencia del embajador de España en Nueva Zelanda, Fernando Curcio, quien a sabiendas de que no hay motivo para la celebración, nos ha acogido en nuestras horas más bajas para darnos ánimos. Ha sido tanta su hospitalidad que, al menos durante el encuentro, se nos ha olvidado la mala suerte que nos acechaba y hemos compartido temas muy variados de conversación. Realidades muy alejadas de la mía que me han hecho reflexionar y olvidar mis propios problemas. En ese sofá también se han sentado con nosotros la Fundación Asisa y los pacientes de AEAL Y GEPAC, los dos pilares que nos han traído hasta las antípodas.

 

            Algo que no podré olvidar es la cálida acogida que él y el resto de su equipo en la embajada nos han brindando, haciéndonos sentir que nuestra casa está a la vuelta de la esquina. Desde estas líneas quiero enviar un fuerte abrazo a Fernando Cierzo, Luis Ángel Redondo y Maite Irurzun. No podría olvidarme de nuestro ángel en Wellinton, Raquel Roncero, quien ha guiado nuestros pasos casi cada día en esta ciudad. También a Pilar Villamor quien nos ha abierto, sin dudarlo, las puertas de su casa. Por supuesto, a todos los españoles y amigos de habla hispana que, tras tener noticia de nuestra estancia, han querido conocernos o apoyarnos, como la nadadora mejicana Alicia y Lalo Larrinaga, quien me ha invitado al programa de radio que dirige en Wellington.

 

 

            Para sobrellevar que soy un deportista sensato que debe preparar su equipaje en los próximos días dejando aquí una cuenta pendiente, me he decantado por tomarme una cerveza en vez de un té en una terraza de Oriental Bay. Quiero pasar el trago más duro cuanto antes. El primer paso ha sido comunicar la noticia a mi familia y a los que más confían en mí. No ha sido nada fácil escribirla con la rabia comiéndote por dentro. Muy pronto, me han calmado palabras de consuelo.

            «Esto es solo parte del reto. Si solo se tratara de nadar no sería algo tan exclusivo, para unos pocos. Tendrás tu ventana en algún momento y, cuando ese momento llegue, el triunfo nos sabrá a todos más. No es un fracaso, es una parte de la historia de esta prueba y de su dureza. ¡Ánimo para todos!.» Confieso que se me han saltado las lágrimas cuando he leído estas palabras de la Fundación Asisa.

            En mi email he recibido unas líneas de Marcos Martínez, director financiero de AEAL. Se nota en sus palabras que el lazo de la amistad se está anudando con más fuerza entre él y yo. «Los pacientes van a saber valorar tu esfuerzo y compromiso, tu entrega. Queremos tenerte vivo, entre nosotros. Ya sabes que vamos a seguir apoyándote y animándote. Lo demás son circunstancias de la vida, que en ocasiones, nos pone a prueba. Seguro que tú, una vez más, vas a salir airoso y vas a saber transformar toda esta historia en energía positiva.»

            Empiezo a sentir esa transformación de la que me habla Marcos, aunque comprendo que recuperarme llevará su proceso. Echo en falta a mi club de natación RC7, pienso en los periodistas que están contactando a pesar de que el momento no es el mejor y en los amigos, deportistas y seguidores cuyos mensajes estoy recibiendo ahora que las aguas están revueltas.

            He pensado que hoy es el día en el que debo grabar un video, contaros frente a frente la complejidad de estos mares y el inesperado jarro de agua fría con el no contaba en esta aventura.

            También porque quiero deciros que la cuenta atrás para volver a verme las caras con el Estrecho de Cook comienza… ¡ahora mismo!

Hemos ondeado la bandera de:

RC7

La Mar Solidaria

La Batalla de Rande

Barraca Al final Vorem

Alicante Rugby Club

La camiseta del Hércules

 
 
 
Texto: Chus Sánchez
Fotos: Carlos Crivillés y Chus Sánchez

«No puedo cambiar el tiempo. Os comprendo. Sé que es costoso, que habéis venido desde muy lejos, pero… lo único que se puede hacer es esperar a que cambien las condiciones.»

            Philip Rush no tiene mucho más que decir. Hemos vuelto a reunirnos y, en realidad, escucho unos argumentos que no dejo de repetirme, un par de frases que que me las podía haber enviado en un breve mensaje. Sin embargo, necesitaba que me lo dijera cara a cara, al menos para quedarme… ¿tranquilo? La verdad, no sé cuál es la palabra que debería utilizar para describir el borbotón de emociones por el que subo y bajo desde que amanece hasta que me acuesto.

Charlando con Philip Rush

            El capitán y mi equipo nos encontramos en la dársena del puerto de Oriental Bay. Es domingo y por el paseo no cabe un alma. Luce un agradable sol de otoño. Es un buen día en Wellington y el corazón me dice que arriesgue. Rush ladea la cabeza para decirme que no.

            «El viento del canal y las corrientes no se parecen a lo que ves por aquí, en el embudo de la bahía. Son muchos los factores que hay que tener en cuenta antes de lanzarse al Estrecho y, en este momento, no son buenos. Necesitarías mantener una velocidad de siete kilómetros por hora para vencer las dificultades y tocar la otra costa.»

            Entorno los ojos desmoralizado. No existe nadie en el mundo que pueda mantener esa velocidad durante horas. Inclino la barbilla, insatisfecho. De acuerdo, de momento puedo esperar un par de días más con la esperanza de que cambie el tiempo.

            Como consuelo, Rush me cuenta que él tuvo que regresar a Dover, en Inglaterra, hasta cuatro veces, justo hasta que apareció el momento de lograr su sueño de realizar un triple cruce del Canal de La Mancha.

            Cruzo los dedos para que eso no me suceda a mí.

            Nos despedimos y nos vamos a tomar el aire en otro sitio.

El cielo sobre Wellington el pasado domingo

Tomando aire en Rangitatau

            Mi equipo y yo decidimos salir a andar por un paraje llamado Rangitatau. Desde hace unos días no hago más que escuchar que me vendría bien oxigenarme. Llegamos a un enclave arqueológico sobre una colina con vistas al impresionantes al Estrecho. Allí, me azota el viento del que hace tan solo unos minutos me hablaba Rush. Es cierto que no se parece ni de lejos al que sopla a ras de suelo. Me encuentro en un enclave en el que hace un par de siglos existió una ciudadela maorí y la residencia de su líder. El terreno habla de duras batallas. Intento que el oxígeno toque fondo en los pulmones. Respiro.

 
 
 
Texto: Chus Sánchez
Fotos: Carlos Crivillés y Chus Sánchez

He venido aquí a realizar un cruce solidario tras muchas horas de esfuerzo y entrenamiento. Tengo un compromiso con la Fundación Asisa y otro con los pacientes de AEAL y GEPAC. No pienso irme sin mojarme en el Estrecho de Cook. Aún no he recibido el mensaje que espero del capitán Philip Rush y, para sobrellevarlo, no encuentro lo que más me haría falta en este momento: paciencia.

            Viento, mareas, lluvias, tormentas… los elementos se han puesto de acuerdo para no darme tregua. Entreno, paseo, como, duermo… son horas grises bajo un cielo plomizo en las que en lo único que pienso es en un desafío que sigue pendiente.

            ¿Y si las condiciones no van a ser idóneas durante mi estancia? Digo yo que habrá que arriesgar o, al menos, intentarlo.

            Tumbado en la cama del hotel escucho el sonido de un nuevo whatsapp. No puede ser… ¡otro día más con el viento en contra!

            Esta vez respondo: «Philip, tenemos que hablar.»

 

 

 
 
 
Texto: Chus Sánchez
Fotos: Carlos Crivillés y Chus Sánchez

Pensaba que no era más que un nadador loco embarcado en un proyecto descabellado al que nadie iba a hacer mucho caso. Convencer a la Fundación Asisa de que me apoyara ya lo consideraba un milagro maravilloso. Y de repente… ¿La Embajada de España en Wellington quiere recibirnos para conocer mi aventura solidaria a favor de AEAL y GEPAC? ¿Cómo podría agradecérselo? Tardé en responderme menos de un minuto. ¡Con camisetas del reto! No llevo más que cuatro en la maleta, sé que no son suficientes pero menos es nada y es una forma de sumarlos a mi equipo. Las echo en la mochila y bajo corriendo a la recepción del hotel para no llegar tarde a nuestra cita. Llueve. Creo que no hay día que nos hallamos librado de la lluvia y del viento.

            El Wifi no nos acompaña como nos gustaría en este viaje. De vez en cuando nos vemos obligados a sufrir aquí o allá por no poder disponer de la tecnología en toda su plenitud. Por eso, he tardado en responder a la Embajada. Es cuando regresamos de entrenar y estoy en mi habitación el momento en el que descubro que tengo varios emails en la bandeja de mi correo electrónico y alguno más a través de las redes sociales. ¡Menudo subidón, espartanos! Si mi deseo es que este proyecto llegue lejos para dar visibilidad a los pacientes de cáncer quizá significa que lo estoy logrando.

            Nuestros planes de un día para otro se pueden desbaratar en cualquier momento ya que dependen del parte meteorológico y del mensaje diario del capitán Philipe Rush, por lo que concertar una cita no nos resulta fácil. De los mensajes pasamos al teléfono intentando abreviar. «¿Y dentro de una hora?» La propuesta es tan precipitada como sensata y acepto sin dudarlo. «Allí estaremos.»           

            Confieso que cuando se lo cuento a lo demás nos ponemos nerviosos y comienzan las prisas subiendo y bajando a las habitaciones para prepararnos. Tan lejos de casa, un reconocimiento así era lo último que esperábamos. Nos ha emocionado. Salimos a la calle aprovechando un parón de la lluvia y apretando el paso. La sede de la embajada está en un bloque de pisos en pleno centro y llegamos enseguida, esta es una ciudad de distancias cortas en la que te manejas pronto. Nos recibe el jefe adjunto de la Embajada, Luis Ángel Redondo, y casi tras él aparece el embajador, Fernando Curcio Ruigómez.

            Ambos nos invitan a acompañarlos a un salón de reuniones. Frente a nosotros, nada más sentarse, el representante de España en Nueva Zelanda nos cuenta que ha visto la noticia del desafío en TVE y que espera que hayamos tenido una buena acogida. Con una sonrisa nos transmite que le ha parecido fantástico descubrir que un español acuda hasta Wellington para realizar una una prueba de natación de tal calibre con el objetivo de dar visibilidad a los pacientes de cáncer. Para nosotros si algo nos resulta genial, es haber despertado su interés, incluido el que juegan en este partido los pacientes y la Fundación Asisa.

            Tras exponerle los detalles de mi batalla para conquistar los Siete Océanos alrededor del mundo, nos presentamos uno a no. Somos siete y quiere conocer qué papel desempeñan los demás cuando solo es un miembro del equipo el que se lanza al agua. Muy pronto se hace una idea del trabajo que acompaña un cruce de estas características. Kayaker, entrenador, avituallamiento, botiquín, redes sociales, notas de prensa… Allí, juntos en la sala, la primera idea que quiero transmitirle es lo especial que está resultando este viaje a pesar de que el cruce se está haciendo de rogar.

            Un detalle más de las anécdotas que vamos reuniendo… por la puerta entra Maite Irurzun, la mujer del jefe adjunto de la Embajada. Resulta que ella es… ¡de Alicante! No solo eso, ha sido compañera de colegio y comparte promoción con Alberto, mi hermano pequeño. Y ahora es cuando vosotros decís, ¡Qué fuerte!, ¿no? No sé si os habéis fijado que no paro de escribir exclamaciones, pero creo que no es para menos si escribes esta crónica desde las antípodas. Nos vemos obligados a dejar que el asombro protagonice el encuentro durante unos minutos ante las coincidencias del destino para reunir a las personas.

El equipo con Maite Irurzun

            Algo más tarde somos nosotros los que queremos saber qué hacen unos dos mil españoles viviendo en Nueva Zelanda de los que un buen pellizco reside en Wellington. La profesión mayoritaria es la de profesor de español incluyendo catedráticos en esta materia, pero también se encuentran informáticos, cocineros, dueños de restaurantes, científicos, profesionales del cine que trabajan para Marvel, expertos en vida marina, una sismógrafa que ha elegido vivir en el país con más terremotos del mundo, dos músicos de la Orquesta Sinfónica y Nadia Yanovski, la primera bailarina del ballet nacional neozelandés, a quien también esperamos saludar antes de marcharnos ya que también nos ha enviado varios mensajes. Si algo nos queda claro es que en casa hay mucho talento y que se trata de un valor que no tiene fronteras.

 

            Me resulta asombroso que, en conjunto, los españoles forman una comunidad muy bien avenida que está en contacto permanente y hasta organizan actividades conjuntas. De hecho, no hemos dejado de cruzarnos en nuestro camino con españoles que residen aquí y que han tenido noticia del reto a través de la campaña de camisetas en las redes sociales. Muchos han contactado con nosotros con la intención de conocernos, apoyar al equipo y pasar un rato juntos. De todos ellos debo agradecer a Raquel Roncero que desde el minuto uno haya sido nuestra guía en la ciudad y nos haya dedicado tan grata compañía, consejos y su valioso tiempo.

            Nuestra visita a la Embajada ha sido breve pero intensa. Nos despedimos dejando para después del cruce un nuevo encuentro. Uno en el que espero sentirme mucho más feliz de lo que me siento hoy y mucho más relajado, porque eso sí, nervios creo que tengo tantos como de aquí a España.        

        

 
 
 
Texto: Chus Sánchez
Fotos: Carlos Crivillés y Chus Sánchez

¿Quién me conoce mejor que yo mismo cuando se trata de nadar? Mi entrenador. José Luis Larrosa es una figura internacional de las aguas abiertas con quien he compartido más de una travesía. Nació en Elche pero el destino le ha llevado a Malasia. Allí no solo trabaja como profesor de Educación Física en un centro educativo, además hace muy poco que ha sido fichado como entrenador del equipo nacional de natación.

         Hace tan solo 24 horas que nos hemos reunido en Wellington. Hoy, para cambiar de tercio, será él quien explique el trabajo que hemos estado desarrollando durante los últimos meses.

         «Hemos comenzado la temporada con un primer objetivo: afrontar el Estrecho de Cook. Nos hemos centrado en retomar la base aeróbica, aumentar la fuerza y velocidad. Físicamente, Jorge ha aumentado masa muscular e incrementado su capacidad aeróbica. Además, hemos trabajado algo más específicamente la aclimatación, con sesiones más frecuentes en mar y algunas tiradas largas con aguas frías, tanto en Alicante como en otros lugares (entre ellos Irlanda y Holanda).

         «El Estrecho de Cook requiere una buena aclimatación, no solo por el agua fría, que rondará los 14 o15 grados de media, sino también por los cambios de temperatura, ya que hay corrientes que conllevan alteraciones desde 19 a 12 grados.»

         En su opinión, «esa mejora en la fuerza y velocidad le ayudarán con las posibles corrientes del Estrecho.»

         Por otro lado, José Luis hace balance del trabajo que hemos realizado juntos desde que se integró en el equipo «estos tres años entrenando a Jorge me han servido para conocer mejor sus puntos fuertes y débiles. Jorge es un nadador constante, con un espíritu de sacrificio espectacular y con una tenacidad fuera de lo normal, pero también destaco que hemos tenido que hacer ciertas correcciones en su técnica con el objetivo de mejorar eficiencia y velocidad y sobretodo evitar lesiones.»

         Desde que nos hemos encontrado aprovechamos todos los minutos para hablar y entrenar, tanto en mar como en piscina. Ha encontrado una de 50 metros en la que estoy tratando de ganar velocidad.

         Cuando regresamos al hotel descubro en mi bandeja de emails que acabo de recibir un mensaje… ¡De la Embajada de España en Wellington!

        

 
 
 
Texto: Chus Sánchez
Fotos: Carlos Crivillés y Chus Sánchez

¿Qué hacer cuando solo puedo esperar? Buscar playas. A ese plan me estoy dedicando en cuerpo y alma con el objetivo de entrenar lo más posible y pensar menos. El primer mensaje de Philipe Rush informándome de que el mal tiempo obligaba a posponer el cruce no me dejó una opción mejor.

Me propongo localizar una línea de costa con el mar enfurecido, con olas de altura que no me resulten fáciles de dominar. Encuentro lo que quiero en nuestra primera salida: Lyall Bay, a escasos kilómetros de Wellintogn. Aunque es una playa autorizada para el baño muy popular, el viento la ha convertido esta mañana en un desierto, tan solo coronada por un surfista solitario. Tiene justo lo que necesito: dificultades. Un mar estilo plato no me ayudaría hoy a prepararme para lo que imagino que me espera.
Nado con Selina y Rafa en un agua más bien fría, se nota que en este continente se acerca el invierno. Las olas nos empujan con tanta fuerza que debemos poner empeño en avanzar hasta superar los primeros metros y empezar a dar brazadas en linea recta.

El viento es un factor clave en la natación de aguas abiertas. En este caso, el aire que sopla de tierra hacia el mar levanta las olas hasta unos dos metros. El objetivo es aprovechar esa fuerza en la medida de lo posible para avanzar. Tras más de una hora aplicándome esta lección, regresamos a la orilla conscientes de que no podremos librarnos de la arena que llevamos en el cuerpo sin una buena ducha, ya nos hayamos bañado o no.

Para combatir el frío, Chus y Alberto nos traen un taza de café caliente del Maranui Cafe, un local célebre en la ciudad tanto por su antigüedad como club de surf como por haber tomado té en él la famosa pareja de la familia real inglesa formada por Meghan Markle y el príncipe Harry durante su reciente visita a Nueva Zelanda. Una cristalera espectacular, desde la que se puede contemplar el mar y a los surfistas, imagino que debe de haber sido el reclamo que a ellos y a nosotros nos ha empujado hasta allí.

Damos por terminada la mañana con un largo paseo en una reserva natural cercana, Taputeranga. El paisaje cambia de repente y se transforma en uno más salvaje haciéndonos creer que nos hemos alejado de la civilización. Nadie diría que solo estamos a unos seis kilómetros. Entre las algas y la arena hemos encontrado ojos de Santa Lucía, el opérculo de nácar de una concha que en el Mediterráneo se asocia con la buena suerte. Sé que no me va a hacer falta, pero no quiero llevarle la contraria al destino y me la echo al bolsillo.

 
 
 
Texto: Chus Sánchez
Fotos: Carlos Crivillés y Chus Sánchez

Apreté la mano del capitán Philip Rush consciente de que estaba saludando a una leyenda de la natación a nivel internacional. «Te llamaré cada tarde entre las siete y las ocho para decirte si al día siguiente se efectuará el cruce y la hora de encuentro. Debes tenerlo todo preparado para antes de embarcar.» Siento un subidón de adrenalina cuando lo escucho y en mi cabeza no hay más que preguntas. ¿La cita más importante del reto se concretará tan solo unas horas antes? Él asiente con una medio sonrisa y una confianza pasmosa. No responde de inmediato, deja correr un silencio que a mí y al grupo nos crea una tensión que aliviamos con unas cuantas risas.

A primera vista, este bombero de Wellington de mediana edad no tiene el aspecto de un gran atleta ni de una figura internacional de ultra distancia en natación. Sin embargo, cuando habla se aprecia con rapidez su experiencia. Pronto va directo al grano y me lanza el consejo que necesito para afrontar esta travesía. «Constancia en las brazadas, no bajes el ritmo por fuerte que sea la corriente.» Me mira a los ojos y yo asiento con convicción. Le comento a mi equipo que la carrera de Rush comenzó en 1979 y acabó en 1988. Han pasado unos cuantos años y nadie ha logrado destronarlo del récord mundial que posee tras realizar un triple cruce del Canal de La Mancha. Tardó 28 horas y 21 minutos. Tan solo otras tres personas en el mundo han logrado esta hazaña, aunque ninguna ha mejorado bajar ese marcador. Él logró bajar el anterior récord en un margen nada menos que de diez horas. Me lo comenta como si tal cosa, mientras entre una cosa y otra me explica que el tiempo cambia de forma muy brusca en esta zona del país, hasta tres veces en una misma jornada, por lo que es mejor concretar con tan escaso margen el momento de la salida. Se muestra tan seguro cuando me informa que no hay margen para la dudas, sobre todo si tengo en cuenta que me asesora un nadador que ha recorrido ocho veces antes el trayecto que yo he venido dispuesto a realizar desde muy lejos. Me parece increíble estar ante una personalidad tan relevante en el mundo del deporte y, la vez, tan desconocida incluso para muchos nadadores que llevamos años en esta disciplina.



Me concentro de nuevo en mi prueba. Conocer al capitán es para mí un momento clave antes de cada desafío. Es vital ponerte frente a la persona de la que va a depender la travesía. Él tomará las decisiones relevantes, el rumbo, las paradas y si el cruce debe continuar o no, en función de cómo fluya el destino y los elementos. Supongo que es un punto a mi favor contar con la dirección de un experto como él que ha pasado por las dificultades a las que me enfrento y, ademas, se maneja en el mar. Es también la primera vez que no quedo con un capitán en su barco, en los dominios desde donde se dirigirá la travesía, pero ya me he dado cuenta de que, en este caso, para él se trata de un factor menos relevante que plantearme los problemas que aparecerán durante el itinerario.
La prueba la vigilará junto con la organización desde una embarcación de recreo. En ella zarpará también parte del equipo. Además, una lancha tipo zodiac me acompañará a pocos metros de distancia desde el punto en el que se establezca la salida, que está situado a una hora y media de la costa. Esta barca me asistirá para avituallarme y será mi punto de comunicación con el barco, además vigilará mi estado físico.



Hasta ahora he estado acostumbrado a la compañía de un kayak. Philip me explica que la lancha neumática cuenta con un motor eléctrico que no hace ruido y no desprende humo. Me transmite sin palabras que la situación está bajo control, que la travesía irá bien.

A través de la charla busca un punto de afinidad conmigo y me cuenta que conoce Barcelona, una ciudad en la que estuvo trabajando durante unos meses como entrenador. Luego vuelve a la prueba, antes de irse intenta que nada que pueda ser relevante se le quede en el tintero. Me alerta de que deberé nadar entre olas de varios metros. No es una dificultad para la que no me vea preparado, ya la asumí en Molokai y Japón. Respiro hondo para aceptar ese bache que aparecerá en el camino.

Chasquea los labios y me avisa de que la fauna marina que se puede cruzar en mi camino en esta época del año no es precisamente pequeña: orcas, ballenas, delfines… ¡Menudo momentazo! Si así fuera espero que se graben en mi memoria y en imágenes que pueda compartir con vosotros.

Nos despedimos con otro apretón de manos, un pulgar levantado y una última pauta: «¡atento al móvil cada día entre las siete y las ocho de la tarde!» Me río, ¿es que podría olvidar esa cita? Sin darme cuenta, conecto en mi interior una alarma que no está en el teléfono, una señal que me prepara para lanzarme al agua.

 
 
 
Texto: Chus Sánchez
Fotos: Carlos Crivillés y Chus Sánchez

Amanece en Wellington y tengo la sensación de que ha transcurrido una semana desde que salimos de Alicante y no solo dos días. Hemos pasado 48 horas volando y recorriendo aeropuertos para llegar hasta las antípodas de España. Hoy, al abrir los ojos, me he dado cuenta del largo camino que hemos recorrido desde que en la estación, mi kayaker, Rafa Pastor, me entregó un dibujo y una carta escrita por su hija Aitana con consejos y recomendaciones para esta aventura. Me emocionó pensar que con 11 años se había levantado muy temprano para terminarla y hacérmela llegar.

El dibujo de Aitana

Tve

Desde entonces hemos compartido el reto con muchísimas personas que se han interesado gracias a las camisetas y la equipación de la Fundación Asisa que nos identifican. En Madrid le dimos un abrazo de despedida a Marcos Martinez que representando a GEPAC acudió a Atocha a desearnos suerte. Como ya sabéis, también nos recibió un equipo de TVE, cuya entrevista se emitió en el informativo de esa misma noche. Desde que bajamos de ese último tren no han dejado de sucedernos peripecias que resumiré en unas pocas líneas.

 

Aeropuerto de Dubai

Aeropuerto de Dubai

 

Aeropuerto de Wellington con el águila y Gandalf, el personaje de El Señor de los Anillos

Aeropuerto de Wellington con el águila y Gandalf, el personaje de El Señor de los Anillos

 

Avión con destino a Auckland

Avión con destino a Auckland

 

Una avería en el avión que debíamos tomar en Dubai nos obligó a desembarcar cuando ya estábamos preparados para el despegue y a peregrinar por el aeropuerto seis horas más de las previstas. Solo una carrera pudo evitar en Auckland que no perdiéramos el último avión para llegar a nuestro destino. En Wellington nos dio la bienvenida una noche de tormenta y nos subimos a un coche alquilado en el que no nos cabían las maletas. Películas, libros, sueño, comida basura y… muchas risas. El buen humor ha sido la clave para que las mochilas del viaje pesen menos.

Os cuento el plan para esta mañana: ¡Un buen desayuno y a entrenar!

 

 
Texto: Chus Sánchez
Fotos: Carlos Crivillés y Chus Sánchez