Pensaba que no era más que un nadador loco embarcado en un proyecto descabellado al que nadie iba a hacer mucho caso. Convencer a la Fundación Asisa de que me apoyara ya lo consideraba un milagro maravilloso. Y de repente… ¿La Embajada de España en Wellington quiere recibirnos para conocer mi aventura solidaria a favor de AEAL y GEPAC? ¿Cómo podría agradecérselo? Tardé en responderme menos de un minuto. ¡Con camisetas del reto! No llevo más que cuatro en la maleta, sé que no son suficientes pero menos es nada y es una forma de sumarlos a mi equipo. Las echo en la mochila y bajo corriendo a la recepción del hotel para no llegar tarde a nuestra cita. Llueve. Creo que no hay día que nos hallamos librado de la lluvia y del viento.
El Wifi no nos acompaña como nos gustaría en este viaje. De vez en cuando nos vemos obligados a sufrir aquí o allá por no poder disponer de la tecnología en toda su plenitud. Por eso, he tardado en responder a la Embajada. Es cuando regresamos de entrenar y estoy en mi habitación el momento en el que descubro que tengo varios emails en la bandeja de mi correo electrónico y alguno más a través de las redes sociales. ¡Menudo subidón, espartanos! Si mi deseo es que este proyecto llegue lejos para dar visibilidad a los pacientes de cáncer quizá significa que lo estoy logrando.
Nuestros planes de un día para otro se pueden desbaratar en cualquier momento ya que dependen del parte meteorológico y del mensaje diario del capitán Philipe Rush, por lo que concertar una cita no nos resulta fácil. De los mensajes pasamos al teléfono intentando abreviar. «¿Y dentro de una hora?» La propuesta es tan precipitada como sensata y acepto sin dudarlo. «Allí estaremos.»
Confieso que cuando se lo cuento a lo demás nos ponemos nerviosos y comienzan las prisas subiendo y bajando a las habitaciones para prepararnos. Tan lejos de casa, un reconocimiento así era lo último que esperábamos. Nos ha emocionado. Salimos a la calle aprovechando un parón de la lluvia y apretando el paso. La sede de la embajada está en un bloque de pisos en pleno centro y llegamos enseguida, esta es una ciudad de distancias cortas en la que te manejas pronto. Nos recibe el jefe adjunto de la Embajada, Luis Ángel Redondo, y casi tras él aparece el embajador, Fernando Curcio Ruigómez.
Ambos nos invitan a acompañarlos a un salón de reuniones. Frente a nosotros, nada más sentarse, el representante de España en Nueva Zelanda nos cuenta que ha visto la noticia del desafío en TVE y que espera que hayamos tenido una buena acogida. Con una sonrisa nos transmite que le ha parecido fantástico descubrir que un español acuda hasta Wellington para realizar una una prueba de natación de tal calibre con el objetivo de dar visibilidad a los pacientes de cáncer. Para nosotros si algo nos resulta genial, es haber despertado su interés, incluido el que juegan en este partido los pacientes y la Fundación Asisa.
Tras exponerle los detalles de mi batalla para conquistar los Siete Océanos alrededor del mundo, nos presentamos uno a no. Somos siete y quiere conocer qué papel desempeñan los demás cuando solo es un miembro del equipo el que se lanza al agua. Muy pronto se hace una idea del trabajo que acompaña un cruce de estas características. Kayaker, entrenador, avituallamiento, botiquín, redes sociales, notas de prensa… Allí, juntos en la sala, la primera idea que quiero transmitirle es lo especial que está resultando este viaje a pesar de que el cruce se está haciendo de rogar.
Un detalle más de las anécdotas que vamos reuniendo… por la puerta entra Maite Irurzun, la mujer del jefe adjunto de la Embajada. Resulta que ella es… ¡de Alicante! No solo eso, ha sido compañera de colegio y comparte promoción con Alberto, mi hermano pequeño. Y ahora es cuando vosotros decís, ¡Qué fuerte!, ¿no? No sé si os habéis fijado que no paro de escribir exclamaciones, pero creo que no es para menos si escribes esta crónica desde las antípodas. Nos vemos obligados a dejar que el asombro protagonice el encuentro durante unos minutos ante las coincidencias del destino para reunir a las personas.
Algo más tarde somos nosotros los que queremos saber qué hacen unos dos mil españoles viviendo en Nueva Zelanda de los que un buen pellizco reside en Wellington. La profesión mayoritaria es la de profesor de español incluyendo catedráticos en esta materia, pero también se encuentran informáticos, cocineros, dueños de restaurantes, científicos, profesionales del cine que trabajan para Marvel, expertos en vida marina, una sismógrafa que ha elegido vivir en el país con más terremotos del mundo, dos músicos de la Orquesta Sinfónica y Nadia Yanovski, la primera bailarina del ballet nacional neozelandés, a quien también esperamos saludar antes de marcharnos ya que también nos ha enviado varios mensajes. Si algo nos queda claro es que en casa hay mucho talento y que se trata de un valor que no tiene fronteras.
Me resulta asombroso que, en conjunto, los españoles forman una comunidad muy bien avenida que está en contacto permanente y hasta organizan actividades conjuntas. De hecho, no hemos dejado de cruzarnos en nuestro camino con españoles que residen aquí y que han tenido noticia del reto a través de la campaña de camisetas en las redes sociales. Muchos han contactado con nosotros con la intención de conocernos, apoyar al equipo y pasar un rato juntos. De todos ellos debo agradecer a Raquel Roncero que desde el minuto uno haya sido nuestra guía en la ciudad y nos haya dedicado tan grata compañía, consejos y su valioso tiempo.
Nuestra visita a la Embajada ha sido breve pero intensa. Nos despedimos dejando para después del cruce un nuevo encuentro. Uno en el que espero sentirme mucho más feliz de lo que me siento hoy y mucho más relajado, porque eso sí, nervios creo que tengo tantos como de aquí a España.